Ezequiel Martínez Estrada

VENDEDORES DE MENUDENCIAS (La cabeza de Goliat. Fragmento)


Entre el negocio establecido en un local y el vendedor ambulante, a igual distancia, está el quiosco. Existe en la calle y se piensa en aquellos dueños de tienda, de quienes Lucio V. López recuerda que a las tardes salían a sentarse en la vereda.
En el quiosco se vende variedad de artículos para la calle: cigarrillos, pastillas, revistas y periódicos, libros para leer en el tranvía o en el tren. Surte a sus clientes sin detenerlos casi, como el canillita, si bien es todo lo contrario, pues el quiosco es inmovilidad y el canillita movimiento.

Más abajo siguen todavía los que venden lápices o fósforos. No se atreven a pedir limosna y lo hacen así. Pero la gente tiene duro el corazón y procede sobre un supuesto de franqueza y buena fe que exige que le pidan, y no que simulen venderles lo que no necesitan, aunque sea por unas monedas que tampoco necesitan. Lápices y fósforos son un antifaz, y nadie está obligado a dejarse engañar. Al pobre comerciante que no se atreve a ser franco ni a proceder sobre un supuesto de franqueza y buena fe, le sirve de andador su caja, hasta que aprende a marchar sin necesidad de ese adminículo y se acostumbra a tender la mano sin lápices. Lo que entonces vende es una mercadería inferior al trabajo, que es el cuerpo como herramienta: vende la ancianidad, la orfandad, la viudez y otros muchos retazos y migajas de la vida.


Ezequiel Martínez Estrada. Antología. Pág. 27


Ir Arriba