Ezequiel Martínez Estrada

PRIMEROS FRUTOS DE LA LIBERTAD (Radiografía de la pampa. Fragmento)


Cada caudillo aspiraba a la hegemonía de su provincia; la provincia era él. Sólo la del Uruguay tuvo éxito, favorecida por su situación marginal, y valida de su condición de productora de la mitad del ganado que se exportaba, dueña del puerto clandestino para los productos del Río de la Plata. El caudillo era un ser de quién tomaba conciencia la provincia. Con retórica injusticia se llama bandolero y contrabandista al acopiador Artigas, que encarnaba un ideal ecuménico sin ambages; contrabando y bandolerismo eran a la sazón las formas regulares de comerciar y mandar. El comercio controlado por la Casa de Contratación y la política ejercida por los corregidores, alcaldes y blandengues eran en realidad los sistemas irregulares, anómalos, que forzosamente habían de caer deshechos.

Rosas tenía un sistema y los demás no. Alvear, Lavalle y aún Paz aparecen frente a él como caprichosos, desconcertados y hasta anárquicos. Había sistematizado la barbarie, y los otros, sin plan muchas veces, con sólo una idea contra ese sistema abierto que tenía la forma de la realidad ambiente, venían a resultar los bárbaros. Aquellos generales de escuela ya tenían forma definida cuando las cosas apenas comenzaban a tomar forma; de ahí el error, y la talla de Quiroga y Güemes. No era fácil adivinar adónde conducirían ni, por consecuencia, cuál sería el partido realmente patriótico.

San Martín tuvo razón mientras las cosas de su país le permitieron que la tuviera, pero muy poco faltó para que sus ideas nobles y desinteresadas no vinieran a ser algo así como traicioneras y ruines por el hecho de obedecer a un plan. Belgrano tuvo la suerte de morir cuando comenzaba, lo mismo que Rivadavia, a aparecer en la oposición; y las desventuras que todos padecieron y la incomprensión de los dirigentes, que llegaron a acusarlos de insurrectos y de corruptores de las costumbres, demuestra que ya no se les entendía.

Hay que pensar que todo ese caos no era un accidente, sino un estado constituido, organizado y que lo que intentaba hacerle desaparecer era una técnica que no se ajustaba a esa eclosión de vida sin freno. Nuestra barbarie ha estado, bajo ciertos aspectos, fomentada por los soñadores de grandezas, y muchos de nuestros más perjudiciales males se deben a que esa barbarie no fue reducida por persuasión a las formas civiles, sino suplantadas de golpe y brutalmente por todo lo contrario; en que, simplemente, se les cambió de signo.


Ezequiel Martínez Estrada. Antología. Pág. 44


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